Leo con auriculares mientras mi hijo y sus amigos forman un trío gamer -tablet, PC, smartphone- en el salón de casa. Durante los últimos años, la banda sonora de lo cotidiano ha absorbido, de rondón, música de series de dibujos animados, primero, y de juegos digitales, después. Minecraft se coló en mi lista de Spotify, y de vez en cuando silbo melodías livianas de Roblox (ahora mismo, el top es Bee Swarm Simulator).
Leo, digo, sobre populismos y redes sociales, con Jon Hopkins en los auriculares. Estoy, digamos, integrado en el cuadro, algo así como integrado en modo espectador-partícipe dinámico de la representación, igual que Velázquez en Las Meninas.
El 1 de agosto me dije: estás de vacaciones, así que (más o menos) cero whatsapp político. Singularity de Jon Hopkins ayuda a disfrutar, mezcla fina de discursos de Jean Michel Jarre y Trentemoller, más algún interludio de piano new age. Cuando pasas mucha vida fuera de casa se echa de menos eso que llaman hogar y que tiene que ver con reconocerse en objetos y sentimientos. Con la música es igual, supongo.