A las ocho de la tarde hay dos personas en la sala de cine. Se ilumina la pantalla y aparece un paisaje desértico, un saguaro enorme y un galápago atravesando por una esquina. Nunca la Alameda de Sevilla había estado tan cerca de la frontera con Arizona; salvo, tal vez, hace 10 años, cuando tocaron Yo La Tengo en el festival Territorios.
Lucky, más de noventa años, ateo, cowboy, se levanta cada mañana temprano, enciende un cigarrillo, pone rancheras en la radio, hace cinco ejercicios pélvicos (él dice que son de yoga), luego se viste y enciende otro cigarrillo camino de la cafetería, allí se pide un café y rellena el crucigrama, pasa por la tienda a comprar leche y cigarrillos, luego (enciende otro cigarrillo y) vuelve a casa y ve concursos en la tele; cualdo cae la noche se va al bar, pide un bloodymary, charla con los de siempre… y vuelta caminando por la carretera, a dormir.
En medio de esa rutina, el surrealismo: llamadas telefónicas, la obsesión con el reloj digital que parpadea, una parada para gritar «¡Capullos!», una caja de grillos, el Che… Conversaciones existencialistas:
«Lo que todos veis en los galápagos es su lentitud, pero lo que yo veo es el peso que acarrea a sus espaldas. Es para protegerse, sí, pero al final será el ataud en el que acabará enterrado. Y tiene que llevar eso a rastras toda su vida. Vosotros reíros, a mí me comnueve».
Un día, mirando las 12:00, Lucky se desmaya y cae al suelo. A partir de ese momento, la obsesión por la muerte.
Al finalizar la película, de vuelta a casa por la Alameda concurrida, todo lo que ves te parece diferente, como cuando te pones gafas de sol o se encienden las luces de las calles y tienes la sensación de estar mirando a través de un teleobjetivo. Y la banda sonora es You Are Here, y luego cambia a la Silhouette de Julia Holter, y más allá mezclas a Sufjan Stevens con The Kronos Quartet, dejas que David Lynch meta alguna de sus obsesiones electrónicas, tal vez incluso Au Revoir Simone, una versión de aquella The Nightingale que cantó Julee Cruise en Twin Peaks… y el galápago haciendo el camino de regreso, sonriendo ante los próximos cien años que le quedan de vida. Qué bien te sentó la sonrisa de Nastassja Kinski.