En política hay una delgada línea roja que separa los principios ideológicos de los cálculos electorales; atravesarla, pisarla o sencillamente borrarla es muy sencillo, sobre todo cuando hablamos de política municipal, donde las personas que votan y las personas votadas son literalmente vecinas. Me lo dijo una vez un concejal del ayuntamiento de Dos Hermanas: «al pueblo hay que darle lo que pide, no lo que necesita». Un ejercicio de grouchomarxismo puro, muy útil si quieres hacer política para estar y permanecer y no para mejorar y cambiar el mundo.
Mis compañeras concejalas de Palomares, Mayte y Juana, son de las que ni pisan, ni atraviesan líneas rojas. Si acaso, se cuidan mucho de señalarlas para que queden bien claros los límites. Tal vez por eso han recibido recientemente sendos regalos en sus coches particulares, cada uno aparcado en la puerta de su casa, en formato-mensaje «Sabemos dónde vivís».
Quien diga que el incidente va de meros «actos vandálicos», como si les hubiera tocado en un sorteo precisamente a ellas dos, se está equivocando de cabo a rabo. Lo mismo le sucedió a nuestra concejala Concha, de Gines, un pueblo donde los términos ‘alcalde’ y ‘cacique’ son sinónimos. Conste que no persigo que salten alarmas: lo lleva/n claro quien o quienes hayan pretendido amedrentar a Juana y a Mayte con una docena de huevos y un kilo de harina desparramados por encima de sus vehículos. Yo sé, porque las conozco, que ellas pensarán que es un desperdicio, que semejantes cuerpos del delito habrían sido más útiles en un bizcocho.
Mayte y Juana, como la inmensa mayoría de concejales y concejalas militantes de este país, no son personajes que ocupan minutos de telediario (lo que serían capaces de liar Maruhenda o Tersch con cosas como estas), ni tienen miles de me gusta y retuits, ni reciben masivas muestras de apoyo en momentos delicados, aunque digan más verdad que la misma tierra entera con sus influencers en primera fila. No están sobrexpuestas en lo mediático, pero sí en el contacto con sus vecinas y vecinos. Aunque no se trata de comparar, hay más vulnerabilidad y menos protección en un militante de una asamblea local que dedica parte de su tiempo a servir al pueblo, el 95 por ciento de las ocasiones sin recibir un céntimo por ello, que en los grandes líderes de su partido.
Con todo y con eso, mis dos compañeras de Palomares, al igual que la compañera de Gines y muchas otras (y otros), saben de alguna manera que no sólo representan a una organización política con unas ideas determinadas, que no sólo se sienten responsables de sus actos en el presente y en el futuro, sino también de un pasado de lucha por la dignidad y la emancipación humana. Son personas que, por su manera de ser, innata, se mueven por todos los aspectos de su vida con la misma dignidad que Marcelino cuando dijo: “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”. Por tanto, al mostrar aquí todo mi apoyo, con estas torpes palabras a modo de explicación, lo que en realidad estoy agradeciendo es su trabajo, su esfuerzo, dentro y fuera del ayuntamiento, ahora en el gobierno y antes en la oposición, y siempre en el activismo social y en las relaciones con los demás, sin haber traspasado nunca esa línea roja que separa los principios ideológicos de los cálculos electorales.