Cambiar la actitud estructural del sistema de valores

Día de la Memoria Histórica y Democrática de Andalucía. Me levanto, pongo la radio y lo primero que escucho en RNE es unas declaraciones de Juan Morillo hablando del genocida Queipo. Juanma Moreno celebra la resaca de la derrota de Susana Díaz otorgando al rey una medalla inventada, inmerecida: es otra foto de Colón, versión San Telmo.

Díaz ha perdido las primarias hasta en su feudo sevillano, pero el arraigo permanece (no en vano, Espadas era susanista hasta hace un cuarto de hora). La tradicional sombra alargada de la Diputación de Sevilla mantiene las hechuras clientelares intactas, de ahí que mi primera conexión por videoconferencia de la semana esté dedicada a revertir sus consecuencias, en esta ocasión a cuenta del parque de bomberos de Aznalcóllar, que está cerrado a pesar de lo comprometido en su día por el gobierno de Villalobos. Seis trabajadores, tres para un pueblo gobernado por tu partido y otros tres para tu pueblo, y donde dije digo. La voluntad política, sometida a la dinámica partidista, juega a la ruleta rusa con las necesidades más perentorias de la ciudadanía (en este caso, la vida en riesgo).

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A las 12 he acompañado a Fran en el minuto de silencio convocado a las puertas del Ayuntamiento de Dos Hermanas. La simbología de estos actos son necesarias, pero no pocas veces se contradice con la práctica. Lo pienso cuando mi hijo me pide que añada algo a su carta de agradecimiento al cole y le apunto la frase de Nelson Mandela «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo». El decreto, la pancarta, el silencio, la rabia… sí, pero el machismo no mata solo por violencia y superioridad de los hombres, ni va a dejar de hacerlo solo por un endurecimiento de las condenas. Es urgente cambiar la actitud estructural de un sistema de valores que marca prioridades según criterios que nada tienen que ver con la igualdad real. La máxima de Elmore Leonard para la escritura era: si te parece que estás «escribiendo», reescríbelo. Hagamos lo mismo ante el modelo patriarcal, que, entre otras barbaridades, ofrece respuestas simples a problemas complejos.

Por la tradición de nuestro país, la simbología cristiana no solo se circunscribe a los lugares de culto. Es comprensible, y así lo muestra nuestra historia, que haya esculturas, monumentos y toda clase de representación artística de tipo religioso en calles y plazas de hasta el pueblo más pequeño y recóndito de España. Antes y durante la dictadura franquista, el vínculo de las jerarquías católica y genocida fue tal que la cruz y el yugo y las flechas adquirieron el mismo valor de culto. Desde esa perspectiva, era normal que el carnicero Queipo de Llano fuese enterrado con honores religiosos en el templo de la Macarena, por mucho que su hoja de servicios a la patria supusiera una enmienda a la totalidad de la moral cristiana más elemental. Pero hoy en día esa unidad entre valor de uso fascista y valor de culto no tiene (no debe tener) sentido en una sociedad democrática que respeta la libertad religiosa al mismo tiempo que proclama la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas de la dictadura.

La Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía prohíbe la «exhibición pública de símbolos y elementos contrarios a la Memoria Democrática», y establece «la prevención y evitación de los actos públicos en menoscabo de la dignidad de las víctimas o sus familiares o en homenaje del franquismo o sus responsables». Por eso la autoridad eclesiástica sevillana no puede tener en su templo a un criminal de guerra como Queipo de Llano, y no existen recovecos, argucias ni interpretaciones legales que justifiquen la presencia de sus restos, todavía, a escasos metros de una de las imágenes más veneradas de la comunidad católica. Y por eso hoy, acudiendo a la llamada de la Plataforma Gambogaz para el Pueblo y los colectivos memorialistas, hemos vuelto a gritar ¡Fuera Queipo de la Macarena!

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