He estado visitando las listas de «lo mejor» (y algunas de «lo peor») que hacen muchas webs musicales. Con mis limitaciones de inexperto, hubo un tiempo en que me gustaba hacerlo a mí también, pero ahora me da mucha pereza poner en fila india un puñado de discos y canciones, ordenados de mayor a menor (y viceversa) siguiendo un criterio tan científico (afortunadamente) como «esta es una selección de las obras musicales que más he disfrutado entre las pocas decenas que he escuchado de entre varios miles que han aparecido en todo el mundo durante este año».
Lo único que tengo claro al respecto es que este año 2018 lo recordaré por las horas de lectura o concentración escuchando Landfall de The Kronos Quartet & Laurie Anderson, All Melody de Nils Frahm y Aviary de Julia Holter. Y también por las canciones en castellano de Nacho Vegas en Violética (que nominaría para la peor portada del año), Christina Rosenvinge en Un hombre rubio, y Fino Oyonarte en Sueños y Tormentas.
Además de lo citado, en el listado «Tu Top de canciones 2018» que me hace Spotify todos los años, cuya base científica debe oscilar entre «las veces que has escuchado» y «lo que el negocio mande», aparecen casi 8 horas con temas de Yo la Tengo, Dominique A, Eels, Johnny Marr, Gwenno, Zara McFarlane, Joan Colomo, Death Cab For Cutie, Brian Eno, Sr. Chinarro, Alberto Montero, El Perro del Mar, Porches, Keren Ann, Joan Miquel Oliver… vaya, la alegría de la huerta, que diría Victor Lenore (a quien admiro profundamente).
No es sólo su escucha, ni todo lo que he leído de cada una de esas músicas, tanto en boca de sus autores y autoras como en lo que se ha escrito sobre ellas; es que detrás de cada una hay momentos personales concretos durante estos doce meses que, si los pudiera extraer con pinzas, o copiar-pegar y ponerlos juntos, esta vez sí en fila india, darían fe de la importancia de la música en mi vida, para los sentidos y las sensibilidades, la necesidad de la rebeldía y, en ocasiones, del recogimiento.
Aquí unos cuantos vídeos de ejemplo.