#5MayoYoVoy: Pequeño ensayo sobre la Dignidad y la admiración

Se criaron y educaron en la oscuridad del franquismo, pero eso no les impidió organizarse y enfrentarse a aquel régimen que te torturaba en comisarías como la Gavidia y te llevaba ante el Tribunal de Orden Público. Lo hicieron en asociaciones vecinales, en partidos políticos y sindicatos, en colectivos y peñas, se mezclaron en el Vertical de sus centros de trabajo para luchar desde las mismas entrañas de la dictadura.

Se dejaron la vida por el sueño de las libertades y la democracia. Hoy, ya pensionistas, son conscientes de que esa democracia está enferma de corrupción y desigualdades. Después de tantos años, pese a todo lo conseguido, aquello por lo que pelearon sigue siendo un sueño pendiente. Saben que muchos herederos de aquel régimen son hoy dirigentes transmutados y adaptados a los nuevos tiempos, que los derechos constitucionales están sometidos a las leyes del mercado, que las necesidades más elementales (sanidad, educación, trabajo, techo…) son mercancías en manos de quienes gobiernan en la sombra de las urnas y los discursos oficiales del indecente sentido común.

Por eso, porque confrontaron otras mentiras y otros discursos, su juventud de entonces pervive en sus sueños de ahora. Y quienes nunca los engañaron antes, tampoco lo consiguen en el presente. Las calles han cambiado, pero son las mismas. Ellas y ellos también, y lo que persiguen.

Han logrado torcerle el brazo al gobierno de Rajoy. Han demostrado que la movilización sirve para cambiar las cosas. Han desenmascarado a quienes decían que no se podía y lo que querían decir es que no querían.

Sus pensiones, mejores o peores, no peligran, pero las nuestras (sus hijas e hijos) y las de la gente más joven (sus nietos y nietas) en absoluto están garantizadas, más bien al contrario. Por eso, la mejor de sus enseñanzas es esta: cuando se manifiestan por la dignidad de las pensiones públicas, lo están haciendo por solidaridad intergeneracional, por nosotras y nosotros, por nuestras viudas, por las personas que no encuentran un trabajo minimamente digno o por quienes no podrán cotizar lo suficiente con empleos precarios y sueldos de miseria. Porque no sólo exigen lo que les pertenece, porque sus sueños son colectivos, lo abarcan todo, como los tuyos o los míos.

De ahí que tengamos que darles las gracias, mostrarles nuestra más profunda admiración y respeto; y también, por lo que han hecho y siguen haciendo, tenemos la obligación de ponernos a su lado, codo con codo, para aprender de su humanidad y así poder compartirla, cuando seamos mayores, con las próximas generaciones.

(La fotografía de arriba es de Federico Noriega).

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