El mismo día que nos deja Manolo Hernández, después del tanatorio, ya en casa, agarro la novela de Benedetti y la termino desde donde «la tristeza también es temible / no solo la propia sino también la ajena / (…) / las tristezas son como los gallos / canta una y enseguida las otras se inspiran / y sólo así uno se da cuenta de que la colección es enorme e incluso que uno tiene tristezas repetidas». Con esta novela he aprendido que si cometo el error de mirarme al espejo, tal vez automáticamente me llene de cordura.
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