Cuaderno de agosto (15).

Cuaderno de agosto (15).

Cada persona muere solo una vez, excepto El Padre De Mi Amiga, que me recuerda a aquel personaje de Cortázar -El Que Te Dije- en El libro de Manuel'.

Escuela de calor.

No te vas de vacaciones porque practicas staycation y, seguramente, consideras el verano como una prolongación supercool del nesting. Tú, y esos amigos tuyos con los que, sujétame el cubata, una noche loca de freeganismo decidísteis apuntaros al coliving y abrazar la sharing economy. Pero a mí no me engañas: lo tuyo es postureo, pura pose trendy; demasiado viejo para ir de treinteenager por la vida. Deberían quitarte la paguita.

Pequeñas cosas mal dispuestas

Jueves: Mi querido compañero Miguel Ángel, de Lora Del Río, me pregunta si podemos hacer llegar a la Consejería de Fomento la queja de algunas enfermeras de su pueblo que van en tren al Virgen Macarena y al Rocio y que han presentado un escrito en Renfe por el tema de los nuevos horarios del cercanías.

Alguien que espera la hora, pero en todo caso no es la nuestra

En el ‘Libro de Manuel‘ de Cortázar he encontrado la metáfora perfecta para definir con elegancia a una persona que (pon tú el calificativo, nombre y apellidos): alguien «que espera la hora».

-¿La hora de qué?

-Ah, eso…

-Tenías razón -dijo Susana-, Andrés está esperando una hora pero vaya a saber, en todo caso no es la nuestra.

O sea: «(…) es alguien que espera una hora, pero en todo caso no es la nuestra».

105 Cumpleaños de Cortázar

Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean-Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta centavos, entre peloteros mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquel era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del Boulevard Saint-Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.

Gabriel García Márquez, El argentino que se hizo querer de todos.

La naturaleza imita al arte

Nunca retroceder, pero a veces es sano frenar un poco, sin miedo al síndrome FOMO (fear of missing out, el pánico a estar perdiéndonos algo) y consciente de que no es cierta esa ubicuidad que te atribuyen a veces, casi siempre con mucho cariño. Asumiendo la nomofobia (sic) y, en cualquier caso, que Casablanca ya está aquí y que siempre nos quedarán los grupos de WhatsApp.