Lo que escribimos en las redes sociales y las mensajerías instantáneas

Miras por las ventanitas de los móviles y etiquetas las actitudes de habitación con vistas al confinamiento entre: personas que no paran de compartir mensajes; personas que se salen de los grupos por saturación; personas que aún no acaban de entender qué son los fakes y los rebotan como si no hubiera un mañana; personas que dan por buenos los propios porque son de fuentes 100% fetén; personas que juran ante el mejor de los mejores artículos que se hayan escrito y leído sobre el asunto de marras en cuestión; personas que borran todos los mensajes, fotos y vídeos que lleven la flechita de reenviado… y así.

Estoy exagerando, pero no criticando: si levanta la mano alguien que nunca se haya visto en una de las seis descripciones que acabo de hacer, es probable que todavía no haya cambiado su Nokia 3610.

No hay que rasgarse ninguna vestidura al respecto porque es normal, lo más normal del mundo actual, mucho más normal que lo que está pasando ahí afuera, que es una consecuencia en modo U.M.E. de lo normal, del sentido común concebido como lo único común que nos invitan a sentir, el sentido común que nos ha convertido en bichos revoloteando alrededor de la lámpara, el mismo que nos ha calzado la palabra libertad en medio de frases-trampa del sentido común, bajar los impuestos para que los españoles tengan más dinero en el bolsillo para elegir con l i b e r t a d si centro de salud o clínica privada, el cole de nuestros hijos, el pin que no es un pin sino una vuelta a las lecciones conmemorativas de la Enciclopedia Álvarez… La palabra libertad en medio de semejante mentira es como el piano nostálgico de Stockhausen en plena irisación electrónica de sonidos.

Los mensajes de las redes sociales son cartas que exigen respuestas, en realidad hijas de conductas escritas a fuego lento por la mano invisible desde que los economistas de Chicago entraron a saco en Santiago de Chile. Muchas nos devuelven a la prehistoria del ser humano, al Homo faber, another brick in the wall, la dictadura de la sociedad del sentido común de la que no podemos hacer responsable a quien se crea que Pablo Iglesias tiene a su disposición dos UVIs móviles en la puerta de su casa, sino a quién le sale rentable inventarlo en nombre de la l i b e r t a d de expresión.