Salí a buscar el rayo verde

en el horizonte troquelado de Madrid tras una jornada compartiendo reencuentros, historias comunes y nuevos caminos por recorrer. Resultó que cuatro o cinco señoras mayores pasaron por la puerta de La Nave; una preguntó qué sería aquello, otra respondió que una cosa de política y una tercera que todos los políticos son unos chorizos (confirmación del coro al unísono). En el viaje de vuelta, chocolatinas, snacks y galletitas de máquina para cenar, más cabezadas que miradas a los móviles o los libros, cansancio del sábado noche y repaso a las noticias de la prensa digital: en Diario de Sevilla, las veintitrés primeras entradas dedicadas a la semana santa (es verdad que la lluvia) y las ocho siguientes al expresidente del Betis (es cierto que el morbo). On the road terminé Socialismo de medio planeta y es tras ese the end cuando las dos citas del comienzo se clavaron en el centro de la diana, especialmente la segunda.

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Un fenómeno celeste no es tan espectacular.

Cielo

«Los viernes solíamos acudir a un club gay llamado Heaven que estaba debajo de los lóbregos, fríos y húmedos arcos de Charing Cross Road, para departir con los encantadores chicos de ojos desorbitados, abandonarnos al pulso y a la adrenalina del ritmo, el palpitar de las vibraciones y el dulce hormigueo del abandono». (Brett Anderson, ‘Mañanas negras como el carbón’).