Hay días en que suceden

muchas cosas, demasiadas, y no tienes tiempo para analizarlas con la persepectiva que se merecen. Hoy es uno de esos días, y llegas tarde a todas las citas, y también a casa, y sientes que las horas se han enrollado como las viejas persianas de tablillas y cuerda; y sobre la marcha, más bien como la línea continua pero ciclotímica de un electrocardiograma. La letra de aquella canción decía: «El dolor de cabeza que me protege cada noche, que me nubla la vista y me quita las ganas de beber»… pues algo así.

El objeto de la civilización

Primer día de vacaciones en casa (pero de guardia). Intento desayunar leyendo la prensa digital. En ocasiones, imposible: las webs de algunos diarios son paquetes de galletas, ya no queda espacio en la pantalla para leer, seis pulgadas sometidas al eufemismo mercantilista («mejorar la experiencia de navegación»), comerte las cookies, la publicidad en ventanas emergentes que burlan el bloqueo predeterminado, las aspas canceladoras diminutas o camufladas, la tentación del adulterio con mujeres mayores de 50 que viven «en la región de Dos Hermanas».