Rancio, Vintage o Clásico.

«La libertad es ir tú solo en el coche», dice el anuncio del utilitario. Delacroix, Henry Ford y Ayuso de profundis, siglos clamando al mismo patrón. Afirmó Alma Mahler que el buen gusto es el fin del arte, pero ¿Arévalo es un clásico? Yo creo que un clásico es aquella noche de 1960 en que El Fary recogió con su taxi a Ava Gardner y la paseó por medio Madrid. Que es La Novena Sinfonía de Douglas Sirk, los rostros hoy-imposibles de sus personajes. O la voz decimonónica de Walt Whitman recitando América, el primer audio de un poema grabado en la historia del ser humano. Un clásico, en modo muy personal, es ese grupo de whatsapp Rancios no, somos vintage, que creamos cuando los sectarios envenenaron las municipales del 2015 y nos conjuramos, como el poeta Carl Sandburg, en el convencimiento de que “nada sucede a menos que primero lo soñemos”. Yo, Claudio: el gangoso eterno, él sí que sí.

Alma y los versos sáficos.

A las diez y veinte de la mañana recibo una foto de un recién nacido sobre su nido del hospital público: «Luis Domingo Escamilla Galán ya está en el mundo». Insinuación gráfica evidente: otro bético más. (Para no gustarme el fútbol, estoy que me salgo). La mañana vacacional transcurre tibiamente entre los hechizos de la Celestina (a través del diario de Elicia) y las canciones de Tulsa; la tarde, hasta la puesta de sol, de recorrido fotográfico y mitológico (a través de los versos sáficos de Christina Rosenvinge). Y la noche, tras la cena, con Alma Mahler y Kokoschka: «Él no te dejó vivir, yo no te dejaré morir».