Libros, canciones, películas y política.

La revolución asturiana de 1934 llama a mi puerta. Ayer leí sobre ella en el libro de Pasionaria y hoy he conocido la novela grafica La balada del norte, de Alfonso Zapico, que acaba de publicar su cuarto (¿y último?) volumen en la editorial Astiberri, una tetralogía comparable a «un episodio nacional dibujado» de Galdós. Pero mi economía doméstica no me permite llegar tan lejos: ya voy sobrado con recoger de mi librería del pueblo (Anteo, Dos Hermanas) los encargos que hice: El porvenir de la Humanidad (Eudald Carbonell, el 21 de febrero hablé de él) y Contra la sostenibilidad (Andreu Escrivá, id. el 1 de marzo). Ambos me han comentado la foto que he subido a Instagram (Carbonell por privado: «Conciencia crítica de especie!»).

Bienvenidos a casa.

De la política he descubierto lo que llevo meses mascullando: que no conozco a nadie que trabaje más, dedique más horas y ponga más rigor en todo que Enrique Santiago.

(Tras el éxito de la original ¿Y Paracuellos, qué? o la filosófica Franco también hizo cosas buenas, llega la proletaria y feminista «Yolanda Díaz es la misma comunista de siempre aunque cambie el peinado y el armario».)

De la música me he descubierto últimamente pensando que el catalán es la segunda lengua más bonita para cantar, después del portugués brasileño. Mi lista de canciones nuevas lleva semanas casi de secano, alguna suelta por aquí y por allá, cuatro o cinco en un trimestre, algún álbum completo (Sofía Comas, Verde Prato y, más allá, Iggy Pop, Belle and Sebastian) o casi completo (Chico y Chica). ¿Seré yo o el mercado? Por ejemplo, a Depeche Mode lo ensalzan en muchos medios, pero apenas le salvo un par de temas, y su estética de alitas angelicales me resulta simplona y excesivamente reiterativa. Prefiero en retrofuturismo de Ladytron, que también están de estreno. ¿Será que me he vuelto, con la edad tardía, de la tribu «La música era mejor en mi época»? Hubo un estudio (de esos que se hacen y a saber) que afirmaba: la música popular es masiva de la adolescencia a los 20, va bajando hasta los 30 años y, más o menos a los 33, los gustos ya «han madurado» y se alejan de lo brutalmente popular para: uno, descubrir géneros menos convencionales que no se escucharon en la radio FM cuando adolescentes; y/o dos, volver a la música que era popular cuando eran más jóvenes, pero que desde entonces ha perdido popularidad.

He descubierto una nueva película de Hirokazu Kore-eda, una preciosidad llamada Maborosi (1995); ya es difícil quedarse con los nombres de las personas y los títulos de las obras, más difícil aún con los del país donde comen sandía con sal. También estoy aprovechando estos días para ver series británicas de 4 o 5 capítulos a lo sumo.

Jamás había visto tantas procesiones en las páginas locales de IU en Facebook. Tradicionalmente esas publicaciones eran área reservada para perfiles personales. Es un hecho contrastado que las tradiciones en las redes sociales son más efímeras que en el mundo real. Lo escribo sin acritud, consciente de vivir bajo un fuego cruzado de contradicciones, el gesto torcido-inevitable-agridulce ante una foto de los Biris levantando el puño en Pico Reja. (Que me estoy metiendo en demasiados jardines, I know).

Veo La doncella (Park Chan-wook, 2016). Me recuerda a esa película coreana titulada con un adjetivo que nunca acierto (¿Incautos?), la que se llevó tantos oscars hace un par de años. La pátina cómica sobre el patriarcado en la sociedad oriental, el amor lésbico y la pornografía, las desigualdades de clase, la picaresca como ascensor social… Y de vuelta a otra Europa, en una serie noruega, una frase muy nórdica: «Lo bueno se esculpe en piedra, lo malo se escribe en la nieve».

En Andalucia Moreno Bonilla con Doñana y en Francia Macron con las macrobalsas de agua alimentadas con tuberías de muchos kilómetros que vacían los acuíferos subterráneos. El peritoneo de la biosfera devendrá en desierto.

(La película es Parásitos).

Juanma Valle sale del hospital y se recupera en casa. Eso sí que es una buena noticia. Gracias, Sanidad Pública.