Un debate sobre el patriotismo democrático en la izquierda

Hay muchos análisis sociológicos en torno a la idea de que lo que tradicionalmente hemos conocido como clase obrera ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas, basados en que en esta sociedad postindustrial, las antaño nóminas de fábricas, minas y plantas siderúrgicas, han pasado a ser de supermercados, atención telefónica o camarera (de piso o de bares).

A este respecto, recordaba Josep Fontana en una entrevista que le hicieron para la revista Nuestra Historia, un largo artículo de The New York Times sobre «The Jobs Americans do» que comenzaba con este escalofriante párrafo: «Olviden las imágenes de hombres con cascos de seguridad ante las verjas de las fábricas, de hombres con las caras ennegrecidas por el carbón, de hombres encaramados en lo alto de vigas de acero sobre la ciudad de Nueva York. El rostro emergente de la clase trabajadora americana es el de una mujer hispana que nunca ha puesto un pie en la fábrica Ese ya no es el tipo de trabajo que gran parte de la clase trabajadora hace ahora. En lugar de fabricar cosas, con más frecuencia se les paga por servir a otros: por cuidar de los niños de alguien o por los padres de alguien; por limpiar la casa de otro”.

La población que más ha sufrido la crisis se encuentra hoy en la tesitura de elegir entre desempleo y ser pobre con trabajo, una dicotomía perversa que, tanto por su origen como por sus consecuencias, ha reducido a la mínima expresión la idea de conciencia colectiva de clase.

Ante este panorama de pobreza e individualización, los discursos emocionales de las derechas -nacionalismo, xenofobia o proteccionismo- están calando y generando comunidades identitarias, que la izquierda tendremos la obligación de contestar con una alternativa, igualmente emocional, positiva e incluyente.

Si la socialdemocracia, cooperadora necesaria del delito, es incapaz de levantar su mano izquierda y sigue silbando, al resto ya no nos basta con limitarnos a acusar de fascista al siniestro diestro: no es eso lo que aprendimos de Gramsci.

Enmarcado en este debate, Clara Ramas San Miguel, doctora europea e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid, autora del reciente ensayo Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx, nos propone “Ocho claves para el patriotismo democrático que viene” (a saber: Democracia, Soberanía, Pueblo(s); Feminismo, Inmigración, Ecologismo, Identidad, Conservación-progreso-reacción), que viene publicándose por partes en la revista digital Contexto.

Lo primero que choca es el concepto patriotismo, obviamente, por las connotaciones que tiene en nuestro país y por la apropiación indebida que el régimen franquista y sus herederos viene haciendo del término, sobre todo recientemente, con el conflicto catalán en modo carnes abiertas. Pero Clara Ramas es tajante a la hora de plantar su discurso y eliminar sospechas: “Si la democracia es la participación de un pueblo en su destino, entonces es claramente incompatible con el capitalismo y el libre mercado”.

El primero de estos artículos, al igual que ha sucedido con los escritos por Anguita, Monereo e Illueca, ya ha tenido respuesta crítica. Yo, por mi parte, sigo leyendo.