El objeto de la civilización

Primer día de vacaciones en casa (pero de guardia). Intento desayunar leyendo la prensa digital. En ocasiones, imposible: las webs de algunos diarios son paquetes de galletas, ya no queda espacio en la pantalla para leer, seis pulgadas sometidas al eufemismo mercantilista («mejorar la experiencia de navegación»), comerte las cookies, la publicidad en ventanas emergentes que burlan el bloqueo predeterminado, las aspas canceladoras diminutas o camufladas, la tentación del adulterio con mujeres mayores de 50 que viven «en la región de Dos Hermanas».

El anverso

Estaba encerrado en ‘Burnt Number’ cuando Pintamonos me prestó una de sus cinco variaciones sobre un tema de Haro Tecglen, de quien nunca olvidaré aquella metáfora, creo que publicada en una columna de El país, sobre el niño que va por primera vez a la escuela y ya no vuelve. Esta crisis es un poco así también. Determinados rasgos de nuestra personalidad se están poniendo a prueba como pocas veces: nuestro egoísmo, nuestra paciencia, nuestra capacidad de discernimiento entre la urgencia colectiva y la necesidad individual, y asi… en definitiva: nuestra madurez como seres humanos.