Loneliness.

La cultura es la memoria de los pueblos. Recuerdo la pandemia de las aulas vacías y los patos atravesando la plaza del Arenal desierta, pero también por los libros que leí. Ana Karenina fue mi rutina de soledad en aquellas semanas de encierro en la vpo, el toque de queda y las ventanas de zoom. La soledad siempre acompañada, desde Moustaki hasta las nuevas soledades de Pet Shop Boys.

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Al gimnasio en coche para montar en una bici estática.

79 años de la publicación de 1984, pero desayuno con una cita de Gramsci: «La historia enseña pero no tiene alumnos» y cuánto agradezco la disciplina de nuestra gente a la hora de evitar el ruido y las nueces en el culebrón mediático de Sumar. Hablar demasiado ayuda a tu enemigo, que decía un cartel soviético de la era Stalin (círculo cerrado, Orwell).

Ana Karenina en reposo

Tolstoi, Ana Karenina, Levin, Dostoievski: personajes, ficción, realidad

En agosto se pueden leer cien páginas de un libro de setecientas, haciendo anotaciones, reflexionando sobre algunos planteamientos de sus personajes o del narrador, buscando en internet las ubicaciones en donde transcurre la historia y recabando información sobre los acontecimientos de la vida real que se citan o forman parte del escenario de la trama.

El objeto de la civilización

Primer día de vacaciones en casa (pero de guardia). Intento desayunar leyendo la prensa digital. En ocasiones, imposible: las webs de algunos diarios son paquetes de galletas, ya no queda espacio en la pantalla para leer, seis pulgadas sometidas al eufemismo mercantilista («mejorar la experiencia de navegación»), comerte las cookies, la publicidad en ventanas emergentes que burlan el bloqueo predeterminado, las aspas canceladoras diminutas o camufladas, la tentación del adulterio con mujeres mayores de 50 que viven «en la región de Dos Hermanas».