Regreso al futuro

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Quienes todavía piensan que Sarkozy dijo una boutade cuando, allá por el 2008, habló de «refundar el capitalismo», todavía no se han enterado de que aquella pretensión tiene hoy visos de premonición cumplida (o visos de cumplirse pronto).

No hace mucho que Cristóbal Montoro dijo que el fin de la crisis estaba cerca. No es de extrañar que llegue un día, tal vez entre este año que empieza, tal vez el próximo, en que le ponga fecha y hora, coincidiendo con la luz de algún dato-carnaza que le permita anunciar a los cuatro vientos: «Españoles, la crisis ha muerto».

Tal vez sean los datos del paro. Hoy, bomboplatillo: «La bajada del paro nacional marca un récord en 2016»; «Andalucía lidera la bajada del paro en diciembre»; «El paro registra en 2016 la mayor bajada de la historia». Y así.

Hace más de ocho años que leí La doctrina del shock, de Naomi Klein. En este blog (que ya tiene más de una década), escribí sobre su lectura que «sólo un tambaleo social brutal permite entrar a saco y desmontar, a base de aniquilaciones de los sistemas públicos, lo poco o mucho que oliera a Keynes (no digo ya socialismo) en cada país. Es la vertiente ideológica de lo que hace varias décadas aplicaron, al ámbito de la psiquiatría, numerosos ‘investigadores’ norteamericanos: sólo el sometimiento de un cerebro a fuertes descargas eléctricas permitirán al ser humano poner su reloj intelectual a cero y reprogramarlo a placer desde el más absoluto de los vacíos».

Cose lo que he dicho arriba sobre Sarkozy y lo que acabo de citar del shock. Todos los datos de desempleo que aparecen hoy tienen dos cosas en común, pero una se dice y la otra se calla. La que se dice es que nos estamos acercando a las cifras de paro anteriores al estallido de la crisis; la que se calla, o apenas se esboza en algún medio análisis progresista, es que los 1,57 millones de empleos creados desde finales de 2014 (fecha de inicio de «la remontada», tras haberse destruido 3,7 millones entre el segundo trimestre de 2008 y el primero de 2014) son puestos de trabajo recuperados a base de devaluaciones en salarios, condiciones y tiempo. Por ejemplo: antes de 2008, el 93 % de los empleos creados fueron indefinidos; desde 2014, sólo el 37% lo son. Antes de 2008, el 73% lo era a tiempo completo; después de 2014, sólo el 32%.

En nuestro país, más de tres millones de trabajadores y trabajadoras están atrapados en un bucle que alterna empleo precario y paro, lo que supone un millón más de empleos inestables que en 2004, además de sufrir desde 2009 una rebaja del 9% en sus remuneraciones. Y además, España es el segundo país de la UE en el que más ha crecido el trabajo temporal, cuando en 2008 era, junto con Alemania, uno de los países con más contratos indefinidos. Hoy nos colocamos por detrás de Polonia a la cabeza de empleos temporales.

Más reajustes del sistema: ¿dónde se han «recolocado» los empleos perdidos durante la crisis? Casi el 80% en el sector servicios, donde se encuadran el comercio y la hostelería, justo los sectores con peores salarios y más altas tasas de temporalidad. Hemos sustituido cientos de miles de empleos indefinidos de la industria, con sueldos alrededor o por encima de la media de la estructura salarial del INE (22.687 euros brutos anuales), por otros tantos contratos precarios en grandes superficies comerciales o bares, hoteles y restaurantes (13.851 euros brutos al año). Esto explica que una de cada ocho personas empleadas en la Unión Europea (en España esa cifra es mucho peor) esté afectada por la pobreza.

Conclusión: Sarkozy marcó el camino y los alumnos aventajados de Milton Friedman han ido abriendo la brecha, incluyendo a quienes, desde «la oposición socialista» han aprovechado la coyuntura para ganarse un futuro al otro lado de la puerta giratoria.

Evidentemente, parte de ese juego tiene mucho que ver con lo que Noam Chomsky denominó las «Diez estrategias de manipulación» a través de los medios de comunicación masiva, que se han encargado de inocular en la sociedad que es inevitable aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.

Y pronto, cuando Rajoy o Montoro pongan en el cielo el hito del final de la crisis, será realidad aquello que hemos dicho muchas veces: que, para el cuñadismo patrio, la conclusión que hay que extraer de estos malos años no es la imperiosa necesidad de cambiar el modelo, sino de retomar («refundado») el modelo anterior a la depresión. Un regreso al futuro que ya están peinando algunos, utilizando termómetros del / conceptos de «progreso» como la subida del precio de los pisos, o este otro «de sentido común»: si suben las matriculaciones de coches es que vamos bien, a pesar de «los ataques auto-fóbicos de los ayuntamientos«. Mientras nuestra sociedad actual siga utilizando esos parámetros, nos pasará como a los protagonistas de El pisito de Azcona; y nuestra descendencia, no muy lejana, se habrá ganado el derecho a incinerarnos por despecho.

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