Pequeñas cosas mal dispuestas

Jueves: Mi querido compañero Miguel Ángel, de Lora Del Río, me pregunta si podemos hacer llegar a la Consejería de Fomento la queja de algunas enfermeras de su pueblo que van en tren al Virgen Macarena y al Rocio y que han presentado un escrito en Renfe por el tema de los nuevos horarios del cercanías.

Viernes: La respuesta que las altas instancias trasladan sobre el tema al compañero Ismael es que «es muy complicado atender y satisfacer las especificidades. La reducción en la provincia es del 40% por lo que siempre habrá trabajadores afectados. Responsabilizan al Gobierno central de estas decisiones pese a que reconocen que para la reorganización de horarios se ha tenido en cuenta criterio de uso y afluencia». Lo previsible vaya.

Pero se me ocurre que, aunque tal vez no sea la prioridad número uno para quienes intentan mover los hilos del sistema, una de las enseñanzas que deberíamos sacar de todo esto (y creo que ciertas decisiones del gobierno apuntan en ese sentido) es que debemos abandonar el trantrán de los patrones de antes de esta crisis sistémica. Y lo dice un comunista, que podría calificar con una burrada mucho más gorda los conceptos «patrones» y «trantrán».

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El pangolín no tiene la culpa, como tampoco la tuvo el rock según Miguel Ríos VS Manuel Fraga. Sigo en maps el recorrido de Andrés y Francine desde el hotel Terrass hasta la plaza Clichy, sin dejar de asomarme por la tapia al cementerio de Montmartre, mientras mi hijo, en el recreo tras los deberes de natu, me dice que está deseando volver a Fortnite por culpa de los directos de Vegetta; los youtubers deben hacer el agosto durante esta cuarentena de fin de marzo que ya tiene su rap en Cuba y su melancolía en Barcelona.

Mi hijo ha descubierto a Shostakovich: le ha tocado en el teleconservatorio la partitura de una gavota (‘Baile de muñecas nº 2’), donde hay un compás que le suena torcido (la broma será cuando Stockhausen o Xenakis).

Es que el camarada ruso todavía vivía cuando nacimos tu madre y yo, le digo, y por esas fechas la música clásica ya no se llamaba clásica, de hecho todavía no se le ha consensuado una etiqueta. Encontré un vídeo de un muchachito interprentándola:

Por la tarde he terminado de leer ‘Libro de Manuel’; devuelvo a su hueco en la estantería el tocho del Instituto Cervantes que un día me regaló Maribel, la administrativa de la oficina central de la empresa constructora donde trabajé unos cuantos años. Lo he acabado bañado en ‘Aporía’, una preciosa banda-sonora-buscando-película de Sufjan Stevens y su padrastro Lowell Brams, a quien le dedicó la mitad de Carrie & Lowell, lo más emocionante de una década musicalmente llena de emociones. Si atendemos al significado del título del disco en griego, lo clavamos con la obra de Cortázar e igualmente con los tiempos del cólera que vivimos.