Mangas verdes

En la cafetería ‘La penúltima’ están abonados a la discografía de El Barrio, que es el yerno de mis vecinos del quinto. Cada sábado me tomo un café allí mientras espero a que mi (ya no tan) pequeño salga de la hora de clases particulares de piano. El dueño es hijo de un compañero de CC.OO, así que mi paso semanal por ‘La Penúltima’ lleva matiz militante incorporado, más aún en estos tiempos difíciles para la hostelería.

Antes de llamar a la puerta de la maestra, escucho al piano el final de ‘Greensleeves’, una conocida y bellísima melodía del siglo XVI que la tradición atribuye a Enrique VIII. Con once años, supongo, un muchacho de este tiempo prefiere los ritmos trepidantes de Geometry Dash.

En casa, los sábados de pandemia saben a salmorejo y suenan a novedades musicales del Spotify, que son (en realidad) un termómetro del estado de ánimo de los días previos, aparte del empeño algorítmico de la app para colarme siempre con calzador lo último de Love Of Lesbian. Parece que la estrella de este enero ha sido el disco de Rhye, fácil para el oído sensible y también para recorrer la historia del movimiento obrero en Inglaterra a través de las páginas de E. P. Thompson, pero la verdadera maravilla pop musical en mi comienzo de año viene de una chica londinense de 20 años: Arlo Parks.

No estás sola.

Salgo a pasear cuando cae la tarde, los bares cerrados y las pandillas de chavales caminando deprisa hacia ninguna parte. Atravieso el barrio de La Moneda y recorro las parcelas abandonadas por la especulación urbanística, donde solo aguantan los naranjos y las luces de las farolas, creando una preciosa atmósfera azul y amarilla. Lo mismo hago al llegar al parque de La Alquería, parejas besándose y personas en chándal haciendo deporte o sacando al perro.

A la vuelta, antes de la cena, leo: «Una enfermedad extraña y espantosa está causando muertes en todo el mundo. Los médicos están divididos y es difícil establecer una fotografía precisa de lo que está ocurriendo. Las autoridades tratan de evitar el pánico, los viajes se han visto interrumpidos y hay fake news por doquier. Todo esto ocurría en agosto de 1856 cuando Charles Dickens cogió su pluma para escribir una carta a Sir Joseph Olliffe, un médico de la Embajada británica en París».

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