La gente del pueblo ajustaba los relojes cuando lo veían pasear

«Leemos para saber que no estamos solos», escribió William Nicholson. La cita se conoce por la breve conversación entre Peter Whistler y el profesor C. S. Lewis (Anthony Hopkins) en ‘Tierras de Penumbra‘. Si esa sentencia fuera correcta, je ne suis jamais seul avec ma solitude, que cantaba Moustaki.

He acabado el año leyendo de un tirón la segunda parte de ‘La muerte del comendador’, del eterno aspirante a Nobel Haruki Murakami. Terminé la primera en abril del 2019, después de que mi amiga invisible Ana Benítez Saurel me lo regalase. El premio ex aequo de 2020 ha sido para ‘Ana Karenina’ y ‘El Quijote’, que apenas tienen competencia, pero también he disfrutado (y un poco sufrido) con la biografía de Tina Modotti y con Mario Benedetti y su ‘Primavera con una esquina rota’.

«Immanuel Kant era un hombre con una rutina diaria y unos hábitos muy marcados y definidos -dije para probar otro camino-. La gente del pueblo donde vivía ajustaba los relojes cuando lo veían pasear. Immanuel Kant vivió una vida ordenada y silenciosa y siempre le gustó pasear por las calles de Königsberg. Sus últimas palabras antes de morir fueron: «Es ist gut» («Así está bien»). Hay gente que puede vivir así».

Después de ‘La muerte del comendador’ (aquí una crítica apasionada) he tenido la sensación de haber pasado una etapa, de atravesar la transición hacia otra costumbre lectora. El próximo libro, el primero de 2021, será ‘Gloria bendita’, de Juan Madrid. Tal vez un comienzo.

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