La distancia adecuada

Entre col y col de teletrabajo, mi contribución de estos días a la causa ha animado a mi hijo a aprender a crear un blog. En las mismas, también he aprendido a «separar la obra del artista», recuperando un artículo que escribió Paula Velasco en LaU hace unos meses, y que me devuelve a Gramsci de nuevo (siempre).

Por ejemplo:

Decía Gramsci que «una persona inteligente y moderna ha de leer los clásicos en general con cierta “distancia”, es decir, solo por sus valores estéticos, mientras que el “amor” implica adhesión al contenido ideológico».

De todas las cancelaciones de agenda, este martes se dedicaba una plaza en Marismillas a Castor Mejías, que nos dejó hace un año. Su hijo lo recordó en el grupo de WhatsApp con un texto conmovedor. Cualquiera que visite Marismillas puede notar la presencia de quien entregó buena parte de su vida a sus vecinas y vecinos, a sus calles y sus espacios públicos, la mayoría de ellos levantados con su empuje como alcalde.

Afortunadamente, esa presencia también permanece en su relevo, en su familia, en la gente que lo rodeaba, una colectividad de aprendizaje y trabajo cuya primera sensación es que viene referida de otros tiempos, de cuando ser comunista significaba convivir con valores y conceptos originarios, no contaminados por los nuevos modos de vida y las nuevas relaciones sociales. No sé explicarlo: hay que estar allí, y luego salir de allí, para entenderlo sin palabras.

Mi contacto físico diario con el exterior se reduce a los metros que me llevan a comprar el pan en la tienda de abajo. El ascensor no da para ejercer la distancia social, así que las cuatro palabras se cruzan en las coincidencias de la puerta del edificio, o con el tendero. Hoy me ha dicho que ha visto a un mensajero descargar un palé de papel higiénico que ha debido encargar alguien de mi bloque.

El recreo de mi hijo es una ventana abierta a la plaza del Arenal y todo lo lejos que alcance la mirada, que es mucho.

Ver esta publicación en Instagram

La hora del recreo en los tiempos del cólera.

Una publicación compartida de Manolo Lay (@manololay) el

Desde mi piso, la mayoría de las noches se ven, casi a ras del horizonte, las luces parpadeantes del puente Quinto Centenario; se nota que está por debajo del nivel del mar. Una cacerolada desde mi azotea puede competir con las campanadas de medianoche de la iglesia.

Parece una canción inocente, pero «Esa señorita que rima conmigo» es una sentencia brutal.