Dos maneras de ver películas de Rohmer.

Tras Godard, Varda y Chabrol, he seguido con Rohmer. Empecé por ‘El signo de Leo’ (1959) y a lo largo de las últimas tres semanas he visto ‘La coleccionista’ (1967), ‘Mi noche con Maud’ (1968), ‘La rodilla de Claire’ (1970), ‘El amor después del mediodía’ (1972), ‘La Marquesa de O’ (1976), ‘La mujer del aviador’ (1980), ‘La buena boda’ (1981), ‘El rayo verde’ (1986) y hoy ‘El amigo de mi amiga’ (1987). Creo que de Eric Rohmer solo recordaba ‘Pauline en la playa’ (1983), que vi en su día por la coincidencia del título con el del (tan querido) dúo asturiano.

Lo cierto es que de este director enigmático (ni siquiera está muy claro su verdadero nombre, no concedía entrevistas…) había leído que era un tipo conservador y que eso se notaba en la moralina de sus películas. Nada que objetar a la etiqueta, desde luego (aunque el sesgo machista de sus películas no ha envejecido peor que el de algunos de sus contemporáneos en la nouvelle vague). Pero, después de una decena de historias contadas bajo un patrón similar, en ocasiones con (sobre todo actrices) personajes que parecen ir mimetizando papeles en el tiempo (de hecho, la misma actriz Beatrice Romand, niña en ‘La rodilla de Claire’, Clarisse en ‘La buena boda’ (ya adulta) y amiga que cuenta las verdades del barquero en ‘El rayo verde’, repite carácter en las tres películas a pesar de interpretar personajes diferentes), la sensación es que las obras, todas sus obras, además de repetir los nombres en los créditos como si de una compañía familiar de teatro se tratase (en parte lo era), tienen el atractivo de ser un espejo donde observar la vida tal y como la vivimos con nuestros ojos (abundando en los gestos cuando nadie nos miran, las escenas cortadas bruscamente cuando ya no se precisa más diálogo…). Y eso es como cuando te gusta un disco de un grupo y lo que menos quieres es que el siguiente disco del mismo grupo sea distinto, porque no te importa que se repitan, que parezcan todos iguales, los mismos cuatro acordes de los Ramones hasta el final.

Cuando falleció y en el mundillo se lamentaba su muerte y se hacían alabanzas a su obra, una amiga de las redes sociales mostró su opinión en dirección contraria diciendo que las películas de Rohmer son como un paseo en una apisonadora. Y es que, sin entrar en honduras: te puede parecer que todo es igual y no querer que cambie / te puede parecer que todo es igual e insoportablemente aburrido.