Autor: Manolo Lay

Coordinador de Izquierda Unida Sevilla.

Primer día de mi vida que me vetan

en una reunión. La marcaremos en el calendario; el veto es una suerte de reconocimiento. Parece que la derecha se envalentona, vuelve la burra al trigo, MAR ejerce de matón con una periodista de eldiario.es y en instancias de menudencias (la agencia pública de viviendas de la Junta de Andalucía, AVRA) se excusan diciendo que un político no tiene que asistir a una cita entre instituciones. Saben que mi presencia molesta porque un servidor fue director de vivienda y rehabilitación en esa agencia, que puedo cantarles las verdades del barquero, y saben también que no la iba a liar parda de antemano, pensando que en este caso el fin justifica los medios, que más vale ciento volando.

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New star in the sky.

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Toda civilización tiene

un envés de barbarie. Repasando citas pasadas, encuentro esto que el compañero Raúl de Montequinto me escribió en WhatsApp: «Una vez leí un cartel en el mayor ‘manicomio’ de Buenos Aires que decía… ‘Nosotros estamos aquí dentro para que los de fuera crean que están cuerdos’». Esa frase me traslada a un libro de Inger Christensen que me regalaron por mi cumpleaños, Eso, donde todos los pacientes de un centro psiquiátrico se ponen de acuerdo para decir que nieva y, al cabo de un rato, el personal sale al jardín a dar vueltas, corriendo y

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No hay por qué desconfiar si la locura ha decidido ya por ti.

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Me acerco a Isaac Rosa,

al final me atrevo, le cuento que en IU Sevilla tenemos un club de fans (es un decir) con su nombre, otro de Belén Gopegui y un tercero de Sr. Chinarro. «Aquí hay una representación del tuyo, pero nadie se atreve a decírtelo». Me ha sonreído y respondido con aprecio a las tres referencias. Afirmo que me he muerto de vergüenza.

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Les yeux dans le soleil, dans le ciel inversé.

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Las ratas meriendan marihuana

en una comisaría de Nueva Orleans y un enjambre de abejas invaden la pista de tenis de Indian Wells el día en que Antonio Luque repasa vida y milagros de sus compañeras y compañeros de comunión. Lo natural y lo sobrenatural se funden en el panel de votación de la ley de amnistía en el Congreso, ahora la distopía de dos meses en el Senado y luego Puigdemont en maletero del coche o en olor de multinacionales (las multitudes no, el tiempo pondrá cada cosa en su lugar) a deshojar la margarita donde ocupar su escaño. En ocasiones se puede deconstruir la sintaxis y el viernes se entiende igual, en el vagón de metro se anuncia Pablo de Olavide cuando llegamos a Prado de San Sebastián.

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Rendez-nous la lumiére, rendez-nous la beauté.

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Soy como escribo

y me parezco a lo que lees más que a lo que ves. Así que la naturaleza humana es, efectivamente, un pequeño fraude, una distancia a veces adecuada, otras insoportable, lo que se te pueda pasar por la cabeza cuando me da por soplar una cucharada de helado, lo que piensa José Antonio Castro cuando me dice que soy muy elegante y le respondo que cuido muy bien mi viejo disfraz. En una toma falsa de cinco segundos hay más relato que ciento volando, el albero recién extendido en la Plaza de la Corredera de Arahal -donde hoy he echado media mañana- escribe más la crónica del pueblo que cualquier barrunto de alicatado y hormigón.

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If you see darkness, look away.

El corazón de un cerdo

en este caso no es una metáfora (como el vertedero de Sao Paulo), sino un encargo del profesor de biología de mi hijo para un experimento en clase. No es difícil de conseguir, pero lo tienes que encargar en la carnicería del barrio; conservarlo en la nevera contribuye a la causa del veganismo sin necesidad de leer libros sobre el Antropoceno y los porqués del colapso medioambiental del planeta.

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There is a light that never goes out.

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